Liszt no podía saber que su llegada a Paris coincidía con una de las fechas claves de la historia de la música: Beethoven - con quien terminaba el clasisismo y comenzaba el romanticismo - terminaba su "Novena Sinfonía". El romanticismo musical volaba con poderosas alas propias, porque a Beethoven se unían Berlioz, Chopin, Rossini, el gran Paganini, Schubert y Schumann, Verdi y Wagner, Mendelssohn y Gounod, por no dejar atrás al popularísimo Offenbach. Berlioz en su juventud
Y la llamada "buena sociedad" era melómana por vocación. Las damas daban la nota con sus soirées musicales, conciertos privados y patronazgo a orquestas y músicos.
Chopin tocando el piano en casa del príncipe Radziwill
La música de entonces, completamente imbuída de la corriente literaria del Romanticismo, intentaba suscitar las emociones, casi hasta la convulsión. El ejecutor principal era el piano que había reemplazado el clavecín, y que se convertía en el centro de la orquesta. Algunos instrumentos musicales son inclusive reelaborados, modificados para ser más y mejor manipulables.
Hay nuevos sonidos, que dan color y que evocan emociones, paisajes, movimientos del alma. Si bien Beethoven se había inscrito en la estética clásica en su juventud, su obra en su madurez marcaba el inicio del romanticismo musical.
Hijo de un pueblo fiero y de una raza de fuego, Liszt no es pues extraño al temperamento musical que se ha difundido extensamente en París como en toda Europa pero a la cual podía sí aportar algo nuevo: su estilo. Una de las características de la música romántica es precisamente la individualidad, el nacimiento del estilo propio, único, en las formas que marcan la música de la época: la sinfornía, el lied, el concierto, la ópera y el ballet.